viernes, 27 de marzo de 2009

0 Vida y Matrimonio Cristianos


Un estudio de Efesios 5

Por Michael Morrison

E

n Efesios, Pablo pone en claro que somos salvos por la gracia, no por las obras (Ef. 2:8). Pero él también pone igualmente en claro que Dios nos ha creado y nos ha llamado para hacer buenas obras (v. 10). En la segunda mitad de su carta, él da algunas exhortaciones específicas para la clase de comportamiento que refleja nuestra fe cristiana.

Al final del capítulo 4, Pablo exhorta a los cristianos efesios a perdonarse unos a otros, así como Dios los había perdonado a ellos en Cristo (v. 32). Debemos amoldar nuestro comportamiento al de Dios mismo. Pablo establece éste principio general cuando comienza el capítulo 5: Por tanto, imiten a Dios, como hijos muy amados, y lleven una vida de amor, así como Cristo nos amó y se entregó por nosotros como ofrenda y sacrificio fragante para Dios (vv. 1, 2 NVI).

Nosotros debemos ser como nuestro Padre celestial, y la imitación de Dios es un principio básico de la ética cristiana. No lo imitamos a Él en autoridad, sino en humildad, porque Dios se ha revelado a nosotros más claramente en el auto-sacrificio de Jesucristo. Éste es el claro ejemplo del perdón y del amor que debemos seguir. Cuando amamos a los demás, somos un sacrificio que agrada a Dios (Hebreos 13:16).

Un llamado a la pureza

Sin embargo, el amor no significa sexo promiscuo: Entre ustedes ni siquiera debe mencionarse la inmoralidad sexual, ni ninguna clase de impureza o de avaricia, porque eso no es propio del pueblo santo de Dios (Ef. 5:3). Pablo no dice acerca de cuál clase de “impureza” está pensando. La avaricia es mala porque, entre otras cosas, es algo opuesto al amor.

Los cristianos no sólo deben evitar cualquier indicio de inmoralidad, sino que Pablo aconseja: Tampoco debe haber palabras indecentes, conversaciones necias ni chistes groseros, todo lo cual está fuera de lugar; haya más bien acción de gracias (v. 4). Las obscenidades son comunes ahora en nuestra cultura, pero Pablo nos exhorta a conformarnos a Cristo en vez de a la cultura (Romanos 12:2). Cuando el pecado se convierte en un chiste, más gente peca. El sexo es un regalo de Dios, y no debe ser empañado haciendo referencias a ello como un chiste o como un insulto. Nuestra conversación debe poner un buen ejemplo, y Pablo sugiere que si usted tiene que decir algo, que diga algo bueno. Las “acciones de gracias son un antídoto para el pecado” (Klyne Snodgrass, Efesios, p. 276).

Entonces Pablo enfatiza cuán importante es éste asunto: Porque pueden estar seguros de que nadie que sea avaro (es decir, idólatra), inmoral o impuro tendrá herencia en el reino de Cristo y de Dios (Ef. 5:5). Ese comportamiento, y esa clase de conversación, son contrarios al carácter de Cristo. ¿Cómo podemos quitarnos tales impurezas? A través de Cristo—y habiéndonos librado de la corrupción, Cristo no quiere que regresemos a revolcarnos en el lodo (2 Pedro 2:22).

Pablo advierte: Que nadie los engañe con argumentaciones vanas—que nadie les diga que a Dios no le importa tales cosas—porque por esto viene el castigo de Dios sobre los que viven en la desobediencia. Así que no se hagan cómplices con ellos (Ef. 5:7, 8). Pablo está diciendo aquí que Dios está enojado con las personas que se entregan a sí mismas al comportamiento corrupto. El pecado lastima a la gente, y puesto que Dios ama a la gente, Él odia al pecado y se opone a aquellos que persisten en ello.

La avaricia y la inmoralidad lastiman a la gente, y aunque ellas son comunes hoy en la sociedad, nosotros no debemos unirnos a la gente que las practica. En verdad, debemos evitar incluso cualquier indicio de impropiedad, tal como los chistes sucios. Esto requiere una diferencia en el comportamiento, no en una separación física. “No podemos compartir el evangelio si nos separamos de los incrédulos. La luz debe brillar en la oscuridad” (Snodgrass, 278).

Hijos de luz

En los versos 8-10, Pablo usa una figura de lenguaje común en la literatura griega: la luz como el bien, como la elección inteligente: Porque ustedes antes eran oscuridad, pero ahora son luz en el Señor. Vivan como hijos de luz (el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad) y comprueben lo que agrada al Señor.

Él dice, una vez ustedes vivieron en la forma en que lo hace el mundo, pero ahora tienen un estándar diferente—Cristo— y en Él somos personas de luz. Cuando lo sigamos a Él, nuestras vidas se caracterizarán por la bondad, justicia y verdad. Necesitamos averiguar qué quiere Dios y necesitamos hacer lo que Él quiere.

No tengan nada que ver con las obras infructuosas de la oscuridad, sino más bien denúncienlas, porque da vergüenza aun mencionar lo que los desobedientes hacen en secreto (vv. 11, 12). Pablo menciona otra vez la necesidad de que nosotros mantengamos limpia nuestra conversación. ¿Cómo “ponemos al descubierto” la mala conducta? Con la luz—con bondad, justicia y verdad—poniendo un buen ejemplo, haciendo buenas obras.

Pero todo lo que la luz pone al descubierto se hace visible, porque la luz es lo que hace que todo sea visible (vv. 13-14a). La gente puede ser transformada en luz, y eso encaja con el contexto: todo lo que la luz pone al descubierto se hace visible, y todo aquel que es iluminado (es decir, transformado por Cristo) se convierte en un de hijo de luz, que vive en Cristo.

Pablo habla acerca de una transformación personal en el siguiente verso: Por eso se dice, «Despiértate, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y te alumbrará Cristo» (v. 14, la fuente de la cita es desconocida, pero quizás sea una adaptación de Isaías 26:19; 60:1). Aquí Pablo usa la resurrección como una figura de lenguaje para venir a la fe en Cristo (vea Efesios 2:1 para una figura de lenguaje relacionada). En Cristo, nos levantamos a una nueva vida—ya no somos más esclavos de las obras de la oscuridad.

Transformados por el Espíritu

Puesto que a Dios le importa lo que nosotros hacemos, Pablo aconseja: Así que tengan cuidado de su manera de vivir. No vivan como necios sino como sabios, aprovechando al máximo cada momento oportuno, porque los días son malos (v. 15, 16). La inmoralidad y los chistes groseros eran también comunes en el mundo de Pablo, pero él nos llama a ir contra la corriente y ser diferentes. Debido a que el pecado es tan común, necesitamos sabiduría para discernir cómo debemos vivir—no podemos sólo imitar lo que todos los demás están haciendo.

Por tanto, no sean insensatos, sino entiendan cuál es la voluntad del Señor. No se emborrachen con vino que lleva al desenfreno (v. 17). Cuando las personas están borrachas, están más propensas a pecar también en otras maneras. Pablo contrasta eso con la vida en el Espíritu: Al contrario, sean llenos del Espíritu (v. 18).

En vez de la miseria del desenfreno, el Espíritu nos guía al gozo y al agradecimiento: Anímense unos a otros con salmos, himnos y canciones espirituales. Canten y alaben al Señor con el corazón, dando siempre gracias a Dios el Padre por todo, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo (vv. 19, 20). ¡Ésta es la clase de fiesta que necesitamos!

Sumisión en el matrimonio

Gramaticalmente, los versos 18-23 forman un enunciado muy largo: “sean llenos del Espíritu. Anímense unos a otros…sométanse unos a otros…esposas, sométanse a sus propios esposos…”. Estas cláusulas nos dicen cómo debemos actuar cuando estamos llenos del Espíritu: Animándonos unos a otros, cantando, sometiéndonos unos a otros. La gramática indica que Pablo está continuando el mismo tema en vez de cambiar a otro nuevo (aun cuando muchas traducciones empiezan un nuevo enunciado y un nuevo párrafo en el verso 21 o 22).

Uno de los resultados del Espíritu en nuestras vidas es que nos sometemos unos a otros, por reverencia a Cristo (v. 21). Velamos por las necesidades de los demás (Filipenses 2:4). Cuando respetamos a Cristo, respetamos a aquellos que están en Cristo.

El primer ejemplo que da Pablo es la sumisión en el matrimonio: Esposas, sométanse a sus propios esposos como al Señor (Ef. 5:22). Muchos escritores greco-romanos decían que las esposas se sometieran a sus esposos, pero Pablo pone ese consejo en un nuevo contexto: nuestra relación con Cristo. Así como todos debemos someternos a Cristo, las esposas deben someterse a sus esposos. Pablo pronto balaceará esto con un consejo sorprendente para los esposos.

Porque el esposo es cabeza de su esposa… (v. 23). Los comentaristas discuten vigorosamente acerca de si “cabeza” implica autoridad o fuente (el significado último puede encontrarse en la frase “cabecera del río”). Aparentemente la palabra griega pudiera tener cualquiera de los dos significados, pero aquí el contexto (especialmente la palabra “sométanse”) sugiere que se refiere a la autoridad. Nos “sometemos” a una fuente sólo si tiene autoridad sobre nosotros. Sin embargo, Pablo no se enfoca en la autoridad, sino en las responsabilidades.

El esposo es la cabeza de la familia en la misma forma que Cristo es cabeza y salvador de la iglesia, la cual es su cuerpo. Así como la iglesia se somete a Cristo, también las esposas deben someterse a sus esposos en todo (vv. 23, 24). ¿Qué tan bien se somete la iglesia a Cristo? Imperfectamente, pero Cristo no somete a la iglesia por la fuerza. Esa clase de comportamiento es inapropiado en el matrimonio—y es hipócrita que un esposo acose a su esposa acerca de la sumisión, cuando él mismo tiene problemas para someterse a Cristo.

Desafortunadamente, las palabras de Pablo han sido usadas con frecuencia por los hombres para demandar que las esposas obedezcan: “La Biblia dice que se espera que tú te sometas a mí”. Sin embargo, la esposa podría decir: “Sí, pero la Biblia también dice que tú debes sacrificarte por mí—así que deja de hacer demandas”. Éste tipo de intercambio es infructuoso, porque trata de usar la Biblia para propósitos egoístas. La mejor forma es dejar que la Biblia hable a cada persona, sin ninguna “ayuda” auto-ofrecida de nuestra parte.

Obviamente, una esposa no debe someterse “en todo”—no a mandatos que sean contrarios a Cristo. De la misma manera, ella no tiene que someterse al abuso, porque el abuso también es contrario a Cristo.

Responsabilidades de los esposos

Después que Pablo da el consejo culturalmente común para las mujeres, él da un mandato sorprendente a los hombres: Esposos, amen a sus esposas, así como Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella (v. 25). El amor que Pablo pide era una idea radical en las sociedades judía y griega—que los esposos tuvieran obligaciones de hacer sacrificios por sus esposas. Al usar la palabra amor, él esencialmente le está diciendo a los esposos que se sometan a las necesidades de sus esposas. “En el análisis final, la sumisión y el amor agape son sinónimos” (Snodgrass, 296).

¿Cuáles son los resultados del amor de Cristo por la iglesia? …para hacerla santa. Él la purificó, lavándola con agua mediante la palabra, para presentársela a Sí mismo como una iglesia radiante, sin mancha ni arruga ni ninguna otra imperfección, sino santa e intachable (vv. 26, 27). Por supuesto, los esposos no pueden hacer esto por sus esposas, pero ellos deben tener la misma actitud: deben ver a sus esposas como sin mancha, santas y puras, porque Cristo las ha hecho así.

Así mismo el esposo debe amar a su esposa como a su propio cuerpo (v. 28). Así como Cristo se sacrificó a Sí mismo para servir a la iglesia, los hombres deben hacer sacrificios para servir a sus esposas. No deben hacer nada por egoísmo, sino considerar en humildad a sus esposas como mejores que ellos mismos—y las mujeres deben hacer lo mismo (Filipenses 2:3). Pablo está pidiendo un respeto y sumisión mutuos.

El que ama a su esposa se ama a sí mismo, pues nadie ha odiado jamás a su propio cuerpo; al contrario, lo alimenta y lo cuida, así como Cristo hace con la iglesia, porque somos miembros de Su cuerpo (Ef. 5:28-30). Desafortunadamente, algunas personas sí odian sus cuerpos, pero el punto de Pablo es claro: Los esposos deben tratar a sus esposas así como los esposos quieren ser tratados por los demás (Mat. 7:12).

Para mostrar que los esposos y las esposas están unidos como un solo cuerpo, Pablo cita Génesis 2:24: Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su esposa, y los dos llegarán a ser un solo cuerpo (Ef. 5:31).

¿Cómo pueden dos personas ser una? Pablo dice que es un misterio profundo—pero él dice entonces, yo me refiero a Cristo y a la iglesia (v. 32). Ya que todos estamos unidos a Cristo, somos uno en Él. No sólo en el matrimonio sino también en Cristo, nuestros cónyuges son parte de nuestro cuerpo, y necesitamos tratarlos tan bien como lo hacemos con nosotros mismos.

Pablo resume el argumento en el verso 33: En todo caso, cada uno de ustedes ame a su esposa como a sí mismo, y que la esposa respete a su esposo. Ya sea que seamos hombre ó mujer, cuando estamos llenos del Espíritu, debemos amarnos, respetarnos y someternos unos a otros.


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